Entrada con letrero en alemán: "el trabajo te hará libre"
crematorios
BIRKENAU (Auschwitz II) Este
campo, mucho mas grande que el primero se construyó con trabajo forzado
de los prisioneros. Muchos recién llegados los llevaban directamente a
las cámaras de gas. Por esta línea llegaban las víctimas. Vista desde dentro del campo, junto a las cámaras de gas y crematorios. Al fondo se ve la entrada del campo.
crematorios destruidos por las S.S. antes de huir en 1944
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El Campo de Concentración
de Auschwitz 1940-1944
Ver también: "Nosotros Recordamos"
Documento del Vaticano sobre el anti-judaísmo y los cristianos durante siglos | Judaísmo
El campo de concentración de Auschwitz, situado a unos 60 kilómetros al oeste de Cracovia, Polonia, está
ubicado en un paisaje de foresta y pantanos. La S.S., o Schutz-Staffel
(elite de la Gestapo) escogieron un antiguo cuartel de la monarquía
austro-húngara para situar allí el primero de los campos de Auschwitz,
debido a la situación favorable de las vías de comunicación.
El
complejo comprendía un territorio de 40 kms2, del que también formaba
parte un coto vedado muy extenso. Bajo el mando del primer comandante,
Rudolf Höss, se empezó a construir en mayo de 1940 el campo, que más
tarde se conocería como Auschwitz I, o campo central. Esta primera
ampliación estaba proyectada para 7,000 presos y comprendía 28
edificios de ladrillo de dos plantas, así como otros edificios
adyacentes de madera. Por término medio, el número de presos ascendía a
18,000. Dos alambradas de espino con corriente de alta tensión cercaban
la totalidad de la superficie. En un letrero sobre la puerta de entrada
al campo se podía leer, en señal de desprecio y sarcasmo, el lema “EL
TRABAJO TE HARÁ LIBRE” (ver foto arriba).
Allí
toda crueldad e infamia, toda bestialidad y aberración, toda atrocidad y
todos los horrores, se habían dado cita para transformar el lugar en un
verdadero infierno. Continuas muertes por enfermedades y por inanición,
frío, fatigas agotadoras, escorbuto, disentería, traumas e infecciones.
El pelotón de fusilamiento acribillaba a docenas a la vez contra un
paredón forrado de caucho, para atenuar el ruido del disparo. En la
plaza de armas, cinco personas subían a la banqueta. El verdugo les
colocaba el lazo al cuello. Con una patada a la banqueta quedaban las
víctimas suspendidas.
Auschwitz se había hecho famoso por la
instalación de la primera cámara de gas, la cual comenzó a operar el día
15 de agosto de 1940. Lo que más se temía no eran las balas, ni las
horcas, ni las cámaras de gas, sino los sótanos de la muerte, o
“Bunkers”, por la lenta agonía, y el martirio enloquecedor del hambre y
de la sed.
Por
orden de Heinrich Himmler se empezó a construir el campo de Auschwitz II
- Birkenau, en octubre de 1941. Éste -mucho más extenso que el campo
central- comprendía 250 barracones de madera y de piedra. El número más
elevado de presos en Birkenau ascendió en 1943 a aproximadamente 100,000
personas. Birkenau desde un principio estaba pensado como campo de
exterminio. Allí también se encontraba “la rampa”, junto a la linea del tren, en la que se llevaba a cabo la selección de los recién llegados tan pronto como bajaban de los vagones en que venían apretujados como ganado.
En Birkenau se encontraban los Crematorios II al
V (terminados entre el 22 de marzo y el 25 de junio de 1943), cada uno
de ellos equipado con una cámara de gas, y donde, según los informes de
las S.S., podían ser quemados 4,756 cadáveres diarios.
Es en este segundo Campo de Concentración en el que es asesinada Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein),
judía conversa al catolicismo y consagrada como religiosa carmelita
descalza. En la revuelta del 7 de octubre de 1944, algunos presos
volaron la cámara de gas del Crematorio IV. En noviembre de 1944 las
S.S. desmanteló las instalaciones de exterminio, destruyendo los
crematorios.
Auschwitz es la personificación de las atrocidades del siglo XX. Representa
el lugar en donde se llevó a cabo un genocidio planificado y organizado
hasta los más mínimos detalles. Las víctimas no fueron enterradas, sino
calcinadas. Sus cenizas fueron esparcidas sobre los campos colindantes.
Nuestros
recursos lingüísticos no alcanzan a describir todas las crueldades a
las que fueron sometidos tantos inocentes: hombres, mujeres y niños, en
este lugar de horror. No sólo fueron asesinados brutalmente, sino que
miles de ellos murieron de hambre, y muchos fueron obligados a trabajos
forzados bajo condiciones infrahumanas, hasta morir de agotamiento.
Lo
que hoy en día queda del Campo y sus instalaciones sólo logra
transmitirnos ínfimamente el sufrimiento de cientos de miles de
personas. Hoy en día nadie que jamás haya estado en un Campo de
Concentración podría creer y menos aún comprender las crueldades
cometidas por los nazis en Auschwitz.
Las Cámaras de Gas
El
método más eficiente en el exterminio de seres humanos fue la muerte
por gaseamiento. La S.S. se sirvió del ácido cianhídrico “Zyklon B”, el
cual, en un espacio herméticamente cerrado, se evaporaba a la
temperatura del cuerpo, provocando en muy poco tiempo la muerte por
asfixia.
Los
primeros intentos de gaseamiento tuvieron lugar en septiembre de 1941,
en las celdas de arresto del bloque 11, en el campo principal de
Auschwitz. Más tarde, el depósito de cadáveres junto al Crematorio I se
utilizó como cámara de gas. Debido al rendimiento limitado del
Crematorio I y a la imposibilidad de mantenerlo totalmente en secreto,
la S.S. se trasladó en 1942 a Birkenau, donde transformaron dos granjas
situadas en un bosque en cámaras de gas. Los cadáveres eran
transportados en ferrocarriles de vía estrecha a las fosas, que se
encontraban a unos cuantos cientos de metros. Allí eran soterrados; sin
embargo en otoño de 1942, los cadáveres fueron desenterrados y quemados.
Dado
que esas instalaciones provisionales tampoco eran suficientes, se
empezaron a construir en julio de 1942, las cuatro grandes "fábricas de
la muerte" que fueron puestas en funcionamiento entre marzo y junio de
1943. Los propios presos fueron obligados a construir esos lugares de
exterminio.
Técnicamente
era posible quemar diariamente en los crematorios a 4,756 cadáveres,
sin embargo, sólo se trataba de una cifra teórica, en la que también se
incluía el tiempo necesario para el mantenimiento y la limpieza de los
hornos. De hecho, en los Crematorios II y III fueron quemados hasta
5,000 cadáveres; en los Crematorios IV y V hasta 3,000 cadáveres a
diario. Cuando se sobrepasaba la capacidad de los crematorios, los
cadáveres eran quemados en hogueras al aire libre. En el verano de 1944,
durante la deportación de los judíos húngaros, la S.S. volvió a poner
en funcionamiento el búnker II. En aquella época era posible asesinar y
quemar hasta 24,000 personas a diario. Las cenizas de los muertos
servían de abono para los campos, para el drenaje de pantanos, o
simplemente eran vertidas en los ríos o estanques de las cercanías.
Mujeres en Auschwitz
En
marzo de 1942, se estableció en el campo central Auschwitz I la primera
sección para mujeres, separándola del campo de hombres por un muro de
ladrillos de dos metros de altura. Las primeras presas fueron 999
mujeres procedentes de Ravensbrück.
El
16 de agosto de 1942, el campo de mujeres en Auschwitz I fue
desmantelado y las mujeres fueron trasladadas a Birkenau. Fue entonces
cuando se llevó a cabo el primer exterminio en masa de presas: 4,000 de
las 12,000 internas fueron gaseadas antes del traslado.
En
Birkenau sólo se encontraban internadas unas pocas presas políticas
alemanas, de forma que el campo disponía de muy pocas “funcionarias”. La
mayoría de las funcionarias del campo eran prostitutas alemanas.
También había unas pocas judías (p. ej. algunas judías eslovacas) que
disfrutaban de un estatus especial. Se trataba de una minoría, ya que
tanto los judíos como los gitanos y los eslavos eran catalogados de
"Untermenschen" (seres humanos inferiores) dentro de la estructura
social de la S.S.; es decir, para la S.S. no formaban parte de la
sociedad humana.
El sufrimiento de las presas en los barracones
abarrotados todavía era mayor, si cabe, que el de los hombres. No sólo
por la falta de espacio, sino también por las medidas e instalaciones
sanitarias insuficientes, los constantes registros, y los malos tratos
perpetrados por el personal de guardia de la S.S.
Muchas
de las mujeres-guardias de la S.S. igualaban en crueldad y en dureza a
sus colegas masculinos. Incluso competían por ser los/las más crueles en
el trato con los presos. Especialmente temida era la jefa de vigilancia
del campo de mujeres, María Mandel, que también tomaba parte en las
selecciones.
Las
mujeres física y psíquicamente se derrumbaban antes que los hombres,
convirtiéndose por ello también antes en un “musulmán” (así llamaba la
S.S. a los prisioneros que tenían un aspecto sumamente demacrado y ya no
podían realizar trabajos duros). La media de esperanza de vida de las
mujeres en el campo era en un 50% inferior a la de los hombres.
Sólo
la esperanza de vida de aquellas mujeres que formaban parte de los
"buenos comandos de trabajo" era superior (p. ej. en la cocina, en la
sastrería, de asistenta en la familia del comandante, de escritora en la
sección política, etc.) Todas las demás presas tenían que realizar, al
igual que los hombres, los trabajos más penosos.
Las
mujeres también estaban obligadas a prestarse a experimentos
pseudomédicos. Destacaban especialmente por su crueldad los médicos Dr.
Schumann (esterilización con rayos X), Dr. Clauberg (esterilización con
preparados químicos, inseminación artificial de las mujeres, castración
de los hombres) y Dr. Mengele (experimentación con gemelos,
investigación racial en gitanos y enanos).
Musulmanes
A
aquellas personas más abatidas y derrumbadas por la vida en el campo se
las llamaba “musulmanes”. El musulmán era un ser humano abatido,
derrumbado por la vida en el campo, una víctima del exterminio paso a
paso. Se trataba de un preso que sólo recibía la comida del campo sin
tener la posibilidad de “procurar” nada, y que perecía en el transcurso
de unas pocas semanas. El hambre crónica generaba un debilitamiento
físico general. Sufría una pérdida de musculatura, y sus funciones
vitales se reducían al mínimo existencial. El pulso se alteraba, la
presión arterial y la temperatura disminuían, temblaba de frío. La
respiración era más lenta, la voz se debilitaba, cada movimiento
significaba un gran esfuerzo.
Cuando
se sumaba la diarrea provocada por el hambre, el decaimiento se
producía aún más rápidamente. Los gestos se volvían nerviosos y
descoordinados. Cuando permanecía sentado, el tronco se tambaleaba con
movimientos incontrolados; a la hora de caminar ya no era capaz de
levantar las piernas.
El
“musulmán” ya no era dueño de su propio cuerpo. Le salían edemas y
úlceras, estaba sucio y olía mal. El aspecto físico de un musulmán se
describía de éste modo: Extremadamente delgado, la mirada apagada, la
expresión indiferente y triste, los ojos profundamente hundidos, el
color de la piel gris pálido; la piel se iba haciendo transparente y
seca, como de papel, y terminaba pelándose. El pelo se volvía duro y
tieso, sin brillo, y se partía con facilidad. La cabeza parecía aún más
alargada al sobresalir los pómulos y las órbitas de los ojos. También
las actividades mentales y las emociones sufrían un retroceso radical.
El preso perdía la memoria y su capacidad de concentración. Todo su ser
se concentraba en una sola meta -su alimentación. Las alucinaciones
provocadas por el hambre disimulaban el hambre atormentadora. Sólo
registraba lo que se le ponía directamente delante de los ojos y sólo
oía cuando le gritaban. Se resignaba sin resistencia alguna a los
golpes. En la última fase, el preso ya ni siquiera sentía ni hambre ni
dolores. El “musulmán” moría en la miseria, cuando ya no aguantaba más.
Personificaba la muerte en masa, la muerte por inanición, el asesinato
psíquico y el abandono, un muerto ya en vida.
Los niños en Auschwitz
A
partir de 1942, los niños procedentes de todas las zonas ocupadas
fueron deportados a Auschwitz. En general los niños pequeños eran
asesinados inmediatamente por ser demasiado pequeños para trabajar. Si
durante la selección, una madre llevaba a su hijo en brazos, los dos
eran enviados a la cámara de gas, porque en estos casos se calificaba a
la madre de no capacitada para trabajar. Si era la abuela la que llevaba
al niño, era ella la asesinada junto al niño.
La
madre, -en caso de ser considerada capacitada para trabajar- era
ingresada en el campo. Sólo en el campo de los gitanos y en el campo de
familias de Theresienstadt, a las familias les estaba permitido
permanecer juntas.
Los
niños varones, a los que la S.S. perdonaban la vida, se convertían
primero en aprendices de albañil en la construcción de los crematorios
en Birkenau. Ya que la alimentación no era suficiente para realizar
estos trabajos tan duros, sufrían de desnutrición. En 1943, concluidos
los trabajos en Birkenau, los muchachos de la “escuela de albañilería”
fueron trasladados a Auschwitz I, donde fueron asesinados, junto a otros
niños, inyectándoles fenol. Algunos niños se encontraban de continuo en
el campo, en los bloques y en los comandos de trabajo, donde tenían que
ejercer de peones. Algunos kapos alemanes abusaban de los muchachos
para satisfacer sus instintos más perversos, agravados por su larga
estancia en el campo.
En
el campo estaba prohibido beber agua, puesto que estaba contaminada.
Sin embargo los niños la bebían debido a la escasez de agua potable. Sus
pequeños cuerpos débiles y demacrados estaban expuestos sin protección
alguna a todas las enfermedades del campo. Muy a menudo, como
consecuencia de la destrucción total del cuerpo por el hambre, ni
siquiera se podía comprobar de qué enfermedad habían muerto.
Los
niños, al igual que los adultos, estaban en los huesos, sin músculos y
sin grasa, y la piel fina y de pergamento, se desollaba en todas partes
sobre los huesos duros del esqueleto, inflamándose y convirtiéndose en
heridas ulcerosas. La sarna cubría por completo sus cuerpos desnutridos,
extrayéndoles toda su energía. Las bocas estaban carcomidas por
profundas úlceras de noma, que ahuecaban las mandíbulas y perforaban las
mejillas como un cáncer. En muchos casos y debido al hambre, el
organismo, que se iba descomponiendo, se llenaba de agua. Se hinchaban
hasta convertirse en una masa deforme, que no podía ni moverse. La
diarrea, sufrida durante semanas, corrompía sus cuerpos indefensos,
hasta que al final, debido a la pérdida continua de sustancia, no
quedaba nada de ellos.
La
situación era especialmente grave para las mujeres embarazadas. Al
principio eran enviadas directamente a las cámaras de gas. Sin embargo,
también había partos clandestinos en el campo. En la mayoría de los
casos las mujeres morían de septicemia. En cualquier caso, el recién
nacido no tenía casi ninguna posibilidad de sobrevivir. Los médicos de
la S.S. y sus ayudantes le arrebataban el niño a la madre, y lo
asesinaban.
A
principios de 1943, a las mujeres embarazadas registradas en el campo,
se les permitía dar a luz. Sin embargo, los recién nacidos eran ahogados
en un cubo lleno de agua por las ayudantes de la S.S. En el transcurso
del año 1943, los recién nacidos de “descendencia aria” ya no eran
asesinados, sino registrados en el registro del campo. Al igual que a
los adultos les era tatuado un número. Puesto que su antebrazo izquierdo
era demasiado pequeño, el número les era tatuado en el muslo o en el
trasero. Debido a las condiciones de vida en el campo, los recién
nacidos no tenían casi ninguna posibilidad de sobrevivir. Si un niño
lograba sobrevivir las primeras seis a ocho semanas, la madre tenía que
entregarlo a la S.S. Si se negaba, los dos eran enviados a la cámara de
gas.
Algunos
niños, cuando eran rubios y de ojos azules, eran arrebatados a sus
madres por las S.S. para “germanizarlos”, mientras que a los niños
judíos se les seguía tratando con una increíble crueldad y finalmente se
les asesinaba. Las madres totalmente debilitadas por el hambre, el frío
y las enfermedades, muy a menudo no podían ni siquiera evitar que las
ratas mordieran, royeran o incluso se comieran a sus hijos. Para los
recién nacidos no había ni medicamentos, ni pañales, ni alimentación
adicional.
El Asesinato Por Inyección Letal
Los
presos temían el ingreso en la enfermería, puesto que tenían que contar
con “la inyección letal”, incluso cuando sólo sufrían “una enfermedad
leve”. “La inyección letal” significaba ser asesinado con una inyección
de fenol de 10 ccm, inyectada directamente en el corazón. Las víctimas
morían en el acto. Con ese método de asesinato se empezó en agosto de
1941. Las inyecciones de fenol en la mayoría de los casos las
administraban los sanitarios Josef Klehr y Herbert Scherpe, así como los
presos iniciados Alfred Stössel y Mieczyslaw Panszcyk. Los presos, al
igual que los niños seleccionados para la inyección letal, tenían que
presentarse en el bloque 20 del campo central. Allí se les llamaba de
uno en uno y se les mandaba sentarse en una silla del ambulatorio. Dos
presos sujetaban las manos de las víctimas, un tercero les vendaba los
ojos. Acto seguido, Klehr introducía la aguja en el corazón y vaciaba la
jeringuilla. Así morían entre 30 y 60 personas a diario.
El Campo de los Judíos Húngaros
Hasta
la entrada de las tropas alemanas en Hungría y la reconstitución del
gobierno el 19 de marzo de 1944, el gobierno húngaro se había negado a
deportar a la población judía a los campos de concentración. El nuevo
gobierno con su jefe pro-alemán Sztojay, aceptó
las exigencias alemanas, concentrando a los judíos en ghettos y campos
transitorios para después deportarlos a Auschwitz-Birkenau. Preparativos
a gran escala precedieron a los dos primeros transportes, que salieron
el 29 de abril de 1944 de Kistarcsa (1,800 judíos), y el 30 de abril de
1944 de Topolya (2,000 judíos). Tras una interrupción de dos semanas
empezó, el 15 de mayo de 1944, la fase principal de las deportaciones.
Hasta el 9 de julio de 1944, un total de 437,402 judíos fueron
deportados desde Hungría a Auschwitz.
Debido
a la fuerte presión por parte de los países neutrales y del Vaticano,
el regente Horthy prohibió seguir con las deportaciones. En aquél
momento, Alemania no quería que se agravase el conflicto con Hungría,
por lo cual renunció a tomar medidas decisivas. Sin embargo, en agosto
de 1944, varios centenares de judíos húngaros fueron transportados a
Auschwitz desde el campo para presos políticos en Kistarcsa.
Para
estar preparados antes de la llegada de los dos primeros transportes,
se realizaron las siguientes mejoras: los crematorios fueron reformados,
los hornos crematorios reforzados con chamota (arcilla refractaria), y
las chimeneas con bandas de hierro. Detrás de los crematorios fueron
excavadas fosas muy amplias. Un mayor número de presos fue asignado a
los comandos de limpieza, así como a los comandos especiales. A pesar de
ello, estos dos comandos no daban a basto -eran demasiados los judíos
que llegaban con sus correspondientes pertenencias.
Los
judíos húngaros tardaban aproximadamente cuatro días en llegar al
campo. Los vagones estaban tan abarrotados que no podían respirar. No se
les daba de beber, y muchos de ellos morían por asfixia o de sed.
Especialmente los niños pequeños, los ancianos y los enfermos, morían
debido a estas circunstancias durante el transporte.
Al
tratarse de transportes tan numerosos, la S.S. seleccionaba a muchos
judíos para enviarlos primero al campo, y después a la cámara de gas.
Sin embargo, el número de los cadáveres gaseados era tan elevado que los
crematorios no tenían suficiente capacidad para esas masas. Los
cadáveres se iban amontonando, de forma que terminaron apilándolos en
hogueras dentro de unas fosas previamente excavadas, donde eran
quemados. Para acelerar este proceso, fueron excavadas zanjas alrededor
de las hogueras, en las que escurría la grasa de los cadáveres. Esa
grasa se vertía sobre los montones de cadáveres, para que ardieran mejor
y más rápidamente. Los hombres más sádicos de la S.S. se divertían
arrojando en vida a niños pequeños o ancianas a la grasa hirviente o al
fuego.
Para
calmar a los parientes de los deportados y también al resto de la
población húngara que se había percatado del hecho de que un gran número
de personas de repente había desaparecido, los húngaros recién llegados
tenían que enviarles una postal con el siguiente texto: “Estoy bien.”
Como remitente había de figurar el campo de trabajo de Waldsee, que sólo
existía en la imaginación de la Gestapo. También aquellos que eran
enviados directamente del tren a la cámara de gas, recibían postales en
las cabinas de los crematorios con la orden de escribir a casa.
La Enfermería
La
enfermería no se diferenciaba en nada de los restantes barracones. Las
camas estaban atiborradas de piojos y los colchones de paja empapados de
excrementos humanos. Los presos que sufrían de disentería se
encontraban en los camastros de arriba, su deposición líquida acababa
cayendo sobre los enfermos de los camastros de abajo. A menudo los
enfermos tenían que compartir cama con los moribundos o los muertos.
No
había ni asistencia médica ni medicamentos. Durante mucho tiempo a los
médicos presos les estuvo prohibido trabajar en la enfermería. No
existían ni aseos, ni agua, ni jabón, ni toallas. La comida era la misma
para los presos enfermos que para los presos sanos.
El
28 de julio de 1941, tuvo lugar la primera selección en la enfermería.
Los presos fueron sometidos a un “tratamiento especial”, bajo el cual se
entendía el asesinato en las cámaras de gas. Tomaba lugar cada dos o
tres semanas, o cada semana en que la enfermería estaba llena. Cada vez
que se daba parte de ello, se daba la orden de organizar un transporte
para someterlos al “tratamiento especial”. La S.S. determinaba el número
de presos que debían ser gaseados.
Bloque 14, bunker de la muerte, donde mataron a S. Maximiliano La inscripción lee: "celda en la que en 1941 murieron prisioneros sentenciados a muerte de hambre como resultado de responsabilidad colectiva por los escapados. Uno de ellos fue el Padre Maximiliano Kolbe, el sacerdote polaco que sacrificó su vida para salvar a otro prisionero"
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Amor en medio del odio
En mayo de 1941, San Maximiliano Kolbe
fue arrestado por la Gestapo en Niepokalanow, la ciudad de la
Inmaculada, y llevado a Auschwitz, la ciudad del odio y de la muerte, en
el intento de los alemanes de exterminar a todos los líderes de
Polonia. El padre Kolbe recibió golpizas y fue víctima de grandes
crueldades por el simple hecho de ser sacerdote católico. A estos los
hacían trabajar aun más duro que a los civiles, y los oficiales de la
S.S. se gozaban en la mas mínima oportunidad para proporcionarles
golpizas inhumanas. Si alguno intentaba ayudarlos, castigaban al
sacerdote aumentándole el peso del trabajo o los golpeaban hasta perder
el conocimiento.
San
Maximiliano fue una luz un medio de tanta oscuridad. Hay muchos
testimonios de aquellos que a través de su ejemplo y palabras lograron
mantener la fe en medio de tanta desesperación y muerte. Un
sobreviviente del campo de concentración explicó: “La vida en el Campo
era inhumana. Uno no podía confiar en nadie porque habían espías aún
entre los prisioneros. Todos éramos egoístas de corazón. Con tanto
hombre asesinado alrededor, la esperanza era que otro fuera asesinado y
uno sobrevivir... los instintos animales se elevaban por el hambre”.
Esta fue la realidad que compartió San Maximiliano con ellos, trayendo
paz al corazón de los más atribulados, consuelo a los afligidos,
fortaleza a los débiles, la gracia de Dios a través del sacramento de la
Misericordia, la oración y el sacrificio; y como buen Maestro de almas,
vivió hasta el extremo lo que no se cansó de predicarles a sus frailes:
“No se olviden nunca de amar”.
TESTIMONIOS DE QUIENES CONVIVIERON CON
SAN MAXIMILIANO KOLBE
EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN AUSCHWITZ
Sigmund Gorson, judío sobreviviente de Auschwitz, lo llamó “un príncipe entre los hombres”:
“Yo
nací en una familia preciosa donde el amor abundaba. Toda mi familia,
padres hermanas y abuelos fueron asesinados en el Campo de
Concentración, solo yo sobreviví. Para mi fue durísimo encontrarme solo
en el mundo, en una situación de terror e infierno como se vivía en
Auschwitz, y profundamente solo a la edad de trece años. Los jóvenes de
mi edad perdíamos pronto la esperanza de sobrevivir y muchos se tiraban a
los alambres eléctricos para suicidarse. Yo no perdía la esperanza de
encontrar en esa masa inmensa de personas, a alguien que hubiera
conocido a mis padres, un amigo o vecino, para no sentirme tan solo.
Es
así como el padre Kolbe me encontró, por decirlo así, en busca de
alguien con quien yo pudiese hacer contacto. El fue como un ángel para
mi. Como una mamá gallina acoge a sus polluelos, así me tomó entre sus
brazos. Me limpiaba las lágrimas. Yo creo más en la existencia de Dios
desde aquél entonces. A partir de la muerte de mis padres yo me
preguntaba, ¿dónde está Dios?, y había perdido la fe. El padre Kolbe me
devolvió la fe.
El
padre sabía que yo era un joven judío, pero su amor nos abarcaba a
todos. Él nos daba mucho amor. Ser caritativo en tiempos de paz es
fácil, pero serlo, como lo era el padre Kolbe en ese lugar de horror,
era heroico.
Yo no
solamente amé muchísimo al padre Kolbe en el Campo de Concentración,
sino que lo amaré hasta el último momento de mi vida”.
Mieczyslaus
Koscielniak relata como San Maximiliano había intentado crear en
Niepokalanow una escuela de santos, y lo mismo intentó hacer en medio de
los horrores de Auschwitz:
“San Maximiliano nos animaba a perseverar
con fortaleza, “no se dejen quebrantar moralmente” -nos decía,
prometiéndonos que la justicia de Dios existía y que eventualmente los
Nazis serían derrotados. Escuchándolo a él, se nos olvidaba el hambre y
la degradación a la que eramos sujetos constantemente.
Un
día San Maximiliano me pidió un favor. “Nuestra vida aquí es muy
insegura”, me dijo, “uno por uno estamos siendo llevados al crematorio,
tal vez yo también vaya, pero para mientras, ¿me podrías hacer un favor?
¿me podrías hacer un dibujo de Jesús y María a quienes les tengo gran
devoción?”. Se los dibujé del tamaño de una estampilla de correo, y las
llevaba en una bolsa secreta que tenía en la correa.
Arriesgando
su propia vida o al menos una buena paliza, nos reunió en secreto casi
todos los días entre los meses de junio y julio para instruirnos. Sus
palabras significaban mucho para nosotros, pues nos hablaba con gran fe
sobre los santos que se celebraban cada día, y lo que ellos tuvieron que
sufrir. Nos hablaba con gran ardor sobre los mártires que se habían
sacrificado totalmente por la causa de Dios, y en Pentecostés nos
exhortó a perseverar y a no perder el ánimo, puesto que aunque no todos
sobreviviríamos, todos sí triunfaríamos”.
Henry Sienkiewicz era
un joven que dormía al lado de San Maximiliano cuando estos llegaron al
Campo. “Nunca dejé pasar un día en el que no viera a mi amigo. El Padre
se ganaba todos los corazones”.
“Viviendo
día a día de la mano de Dios como lo hacía el Padre Kolbe, tenía un
atractivo que era como un magneto espiritual. El nos llevaba a Dios y a
la Virgen María. No cesaba de decirnos que Dios era bueno y
misericordioso. El hubiera deseado convertir a todos en el Campo,
incluyendo a los Nazis. Él no solo oraba por su conversión, sino que nos
exhortaba a nosotros a que oráramos por su conversión también.
Una
mañana en que me iba a hacer trabajo duro, antes de partir se me acercó
el Padre y me dio un cuarto de su ración de pan. Me di cuenta de que
había sido golpeado brutalmente, y que estaba exhausto, y por ello no
quería recibírselo. Además, no recibiría nada más hasta la noche. El
Padre me abrazó y me dijo: “Debes tomarlo. Tu vas a hacer trabajo fuerte
y tienes hambre”.
Si
yo fui capaz de salir con vida, mantener la fe y no desesperar, se lo
debo al Padre Kolbe. Cuando estuve cerca de la desesperación y a punto
de tirarme en los alambres eléctricos, él me dio fortaleza y me dijo que
saldría con vida. “Sólo apóyate en la intercesión de la Madre de Dios”.
Él infundió en mi una fe fuerte y una esperanza viva, especialmente en
su protección Materna.”
El Papa en Auschwitz y otros escritos sobre judaísmo
Reunidos en un volumen de la Librería Editora Vaticana
16 julio 2006 (ZENIT.org).
¿Qué
dijo Benedicto XVI en Auschwitz y qué comentó después de su viaje?
Estos textos, junto a otros comentarios sobre el judaísmo, se reunen ya
en un pequeño volumen de la Librería Editorial Vaticana (LEV): «Svégliati! Non dimenticare la tua creatura, l’uomo» (¡Despierta! No olvides a tu criatura, el hombre).
El volumen comienza con las palabras que Benedicto XVI pronunció el 31 de mayo en la Plaza de San Pedro.
Decía:
«Ante el horror de Auschwitz no hay otra respuesta que la cruz de
Cristo: el Amor que desciende hasta el fondo del abismo del mal, para
salvar al hombre en la raíz, donde su libertad puede rebelarse contra
Dios».
El libro consta de una introducción del biblista
Gianfranco Ravasi sobre «Las fuentes del desierto» y después se ofrece
el discurso íntegro del Santo Padre en el campo de concentración nazi de
Auschwitz.
En la sección documental se ha añadido el mensaje de
Juan Pablo II por los 60 años de la liberación de los prisioneros del
campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, así como un escrito del
entonces cardenal Josehp Ratzinger titulado «La herencia de Abraham,
regalo de Navidad».
«Nosotros Recordamos.
Una reflexión sobre la Shoah» también se puede leer en este volumen,
que finaliza con la homilía de Juan Pablo II en el campo de
concentración de Brzezinka y con el texto de la declaración conciliar
«Nostra Aetate» sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no
cristianas.
En sólo 80 páginas se plasma el interés de los dos últimos Papas por los judíos.
Como
subraya el teólogo Ravasi en la introducción, «el llamamiento de los
dos Papas peregrinos a Auschwitz implica a las conciencias de la
humanidad entera para que vuelvan a la paz».